¡Cuidado, soy radiactivo!

Entre dos latidos del corazón se desintegran en nuestro cuerpo entre 8.000 y 10.000 núcleos atómicos. Cada hora, unos 30.000 núcleos desaparecen en nuestros pulmones simplemente por la presencia de isótopos radiactivos en el aire que respiramos. Debido a los alimentos que consumimos, unos 15 millones de núcleos de Potasio-40 y unos 7.000 de uranio natural se desintegran en nuestro estómago e intestinos. Fumar libera plomo y polonio radiactivos, que va a parar a la atmósfera y a nuestros pulmones: un paquete diario implica recibir 3 veces más radiación que la cantidad promedio debida al gas radón presente de manera natural a nuestro alrededor. Pasar las vacaciones en el mar nos proporciona un aporte adicional de radiactividad: en un metro cúbico de agua de mar se desintegran 10.000 átomos por segundo. Cambiarla por la montaña no mejora mucho la situación: en los Pirineos o en los Picos de Europa recibimos 3 veces más radiación que en nuestra playa favorita. A todo esto hay que sumar los más de 200 millones de rayos gamma provenientes del suelo y de los materiales de construcción que nos atraviesan cada hora, y los varios cientos de miles de rayos cósmicos secundarios, subproducto de la interacción de la radiación y partículas subatómicas emitidas por agujeros negros, galaxias activas o explosiones de supernova con los átomos de la alta atmósfera. Los astronautas, en los primeros viajes espaciales, comprobaron en sus retinas el impacto de estas partículas pues los destellos luminosos que producían les impedían dormir apaciblemente.

La radiactividad es un fenómeno que ha existido en la naturaleza desde siempre, sin necesidad de la mano del hombre. Ni tan siquiera los denostados reactores nucleares son algo novedoso. Hace casi 2.000 millones de años, en la cantera de Oklo, en Gabón, se puso en marcha un reactor nuclear. Por supuesto nada tuvo que ver con extraterrestres ni con avanzadísimas civilizaciones antiguas ya desaparecidas. Fue un fenómeno espontáneo. En aquella zona la proporción de Uranio-235 -el empleado como combustible en las centrales nucleares- alcanzó el 3%, suficiente para que se iniciara de manera automática una reacción en cadena que se mantuvo durante un millón de años.

A pesar del miedo que durante décadas algunos grupos ecologistas se han dedicado a meter en nuestros cuerpos invocando los efectos perniciosos de la energía nuclear, la radiación de origen natural es responsable de la mayor parte de la dosis que recibe el ser humano, el 87 %. Las fuentes artificiales, como radiografías, radioterapias, exploraciones con marcadores radiactivos, lluvia radiactiva originada por las pruebas nucleares, las centrales nucleares, los detectores de humos, las fuentes luminosas, la televisión y los viajes aéreos, contribuyen con un 13 %. De este total la gran mayoría se debe a los tratamientos médicos, sobre todo radiografías, un 12%. Las pruebas nucleares en la atmósfera y los accidentes nucleares, fundamentalmente el de Chernobyl, sólo contribuyen con el 0,4% del total y la actividad de las centrales nucleares repercute en un factor 20 veces menor. Sumando todas estas contribuciones se sabe que cada español recibe, en promedio, la mitad de la dosis máxima recomendada para la población, de la cual entre el 10% y el 15% es por lo que comemos. Los tubérculos poseen un mayor contenido del peligroso Radio-226 que los vegetales aéreos, un chuletón de medio kilo nos proporciona 45 desintegraciones por segundo y un kilo de fruta entre 40 y 90. Y una mala noticia para los amantes del marisco: es el alimento que mayor radiación aporta, de modo que los aficionados a mejillones, ostras y demás pueden recibir un 50% más del correspondiente a la alimentación. El control del entorno, incluso en el trabajo, resulta esencial: en ciertas oficinas de Pittsburg los empleados recibían una radiación equivalente a 11 radiografías de pecho al año.

Claro que si hubiera que señalar el verdadero peligro sería el gas radón, que por sí solo se contribuye hasta casi el 50% de la dosis total. En recintos cerrados como edificios, minas, galerías del metro, túneles, etc., su concentración puede ser elevada debido a la escasa ventilación existente: en cuevas de Tenerife y Lanzarote se han medido valores que superan las 5.000 desintegraciones por segundo y por metro cúbico. Por su parte, los materiales de construcción más comunes -madera, ladrillos y hormigón-, desprenden relativamente poco radón, aunque a veces nos han dado desagradables sorpresas, sobre todo los que provienen de cenizas de centrales térmicas o acerías. En la Suecia de los años 60 se descubrió que las pizarras de alumbre utilizadas durante décadas en la elaboración del hormigón para viviendas eran “bastante” radiactivas.

La producción continua de radón llega a nuestras casas a través de grietas y fisuras presentes en las construcciones. Cuando la concentración de radio en el suelo es más elevada, como ocurre en algunas formaciones graníticas, terrenos uraníferos o ricos en fosfatos, el valor de la emisión puede ser decenas de veces superior. Esto le pasó a Stanley Watras y su familia en 1985. La casa en la que vivían estaba situada en una zona con un suelo rico en uranio. Watras trabajaba en la Central Nuclear de Limerick y un día, al entrar a trabajar, disparó la alarma de la planta. Posteriores investigaciones mostraron que la casa de los Watras estaba edificada en un terreno con una concentración de radón casi 2.000 veces mayor que los valores normales de EE UU. Respirar el aire de la casa de Wratas era equivalente, en posibilidad de contraer cáncer de pulmón, a fumar 135 paquetes de tabaco por día. La gente que vive en casas con concentraciones la décima parte de la de Watras están recibiendo exposiciones anuales equivalentes a las de las personas evacuadas en las proximidades de Chernobyl en 1986 después del accidente de la central nuclear.

A todo ello debemos sumar ciertas actividades humanas que contribuyen a la producción de este gas radiactivo: la quema de gas natural y de carbón, la fabricación de fertilizantes con fosfatos (que poseen altas concentraciones de uranio) y la generación de escorias a partir del tratamiento de hierro en altos hornos. Una central térmica típica de 1.000 MW consume diariamente unas 10.000 toneladas de carbón (que contiene uranio), luego su emisión diaria de radiación es similar a la producida por dos toneladas de Uranio-238.

Las aguas subterráneas también transportan radón -ríos y océanos presentan concentraciones mucho menores-. En promedio, la radiactividad de un litro de agua por efecto del radón suele ser de 4 desintegraciones por segundo. Pero si esa agua procede de un pozo en terrenos con un elevado contenido en uranio, la actividad es 5.000 veces mayor y en algunos casos puede ser millones de veces mayor, algo muy peligroso, como en algunos pozos que abastecen la ciudad de Helsinki –Finlandia es el país europeo que recibe mayor dosis por radón-. El agua mineral en Bad Gastein, Austria, es un millón de veces más radiactiva que el agua de consumo público y hace varias décadas se animaba a sus visitantes a beberla e incluso a permanecer en las cuevas de la zona, donde inhalaban radón. Según medidas realizadas en balnearios de nuestro país la situación no es así de peligrosa pero se han localizado algunos con valores tan elevados como 824 desintegraciones por segundo por litro de Radio-226.

En nuestras casas la verdadera habitación del pánico es el cuarto de baño. Un estudio realizado en Finlandia mostró que las concentraciones presentes eran tres veces superiores a las existentes en las cocinas y 40 veces más alta que en el cuarto de estar. Por su parte, científicos canadienses revelaron que el radón presente en el aire del cuarto de baño aumentaba rápidamente tras una ducha templada de 10 minutos. Una vez finalizada había que dejar pasar más de hora y media antes de que la radiación regresara a los niveles iniciales.
Sospechoso de ser fuente de cáncer de pulmón desde los años 20 por unos estudios realizados entre los mineros de Bohemia y Sajonia, fue en 1986 cuando la Organización Mundial de la Salud confirmó su carácter cancerígeno. En los Estados Unidos se señaló que de las 136.000 muertes por cáncer de pulmón sucedidas en 1987, un 80 % estaba asociado al hábito de fumar, 5.500 a los asbestos y unos 20.000 al radón. En el Reino Unido la exposición al radón podría ser responsable del 6% de la incidencia anual de cáncer de pulmón. Vivir en una casa con una concentración de radón de 150 desintegraciones por segundo por metro cúbico aumenta el riesgo de contraer cáncer de pulmón entre un 1% y 3%. Varios estudios realizados en España han determinado que los valores en el interior de las viviendas varían entre 10 y 15.000 desintegraciones por segundo por metro cúbico, con un promedio de 40. Los valores más elevados se encontraron en Galicia, Extremadura y la sierra de Madrid.

El nuestro es un mundo radiactivo. Algunos científicos apuntan que si no fuera así la diversidad de vida que hoy conocemos no habría tenido lugar, pues las necesarias mutaciones tienen su origen en gran medida en el fondo natural de radiación. Todos los seres vivos se han acostumbrado a vivir dentro de esta bañera radiactiva que es la Tierra. Y tiene sus efectos: de cada 10.000 personas que mueren, 5 lo hacen de cáncer producido por la radiación emitida por su propio cuerpo. Es inevitable, al igual que el oxígeno que además de darnos la vida también nos la quita pues nos quema por dentro. O al comer, pues no sólo ingerimos Potasio-40 o Carbono-14 sino otras sustancias peligrosas y no radiactivas: factores que disuelven los glóbulos rojos de la sangre contenidos en las judías verdes, el ácido clorogénico del café que provoca mutaciones en el ADN, o la solanina de la patata, una sustancia que produce malformaciones. No hay nada inocuo, pero nuestro organismo sabe defenderse. Eliminar la radiactividad del mundo significa eliminarnos a nosotros mismos, pues somos una pequeña fuente radiactiva con patas. Hasta deberíamos evitar dormir con nuestras parejas: solo por eso en un año habremos absorbido el 1% de la dosis máxima recomendada.

(Escrito en colaboración con Alberto Virto y publicado en Muy Interesante)

Un comentario Agrega el tuyo

  1. Felicita a Alberto. Aquí se nota »su mano».

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