La religión de los ovnis

Creía que los ovnis estaba ya fuera de las parrillas de televisión…
Ayer miércoles volvieron a la pequeña pantalla en el nuevo talk show de mi vieja conocida Ana García Lozano. Y me llamaron.
La verdad es que me picó la curiosidad por ver qué había cambiado tras todos estos años de sequía ovni en los medios de comunicación -salvo en los programas dedicados a la subcultura de lo pseudomisterioso-. Intuía que iba a ser más de lo mismo, pero nunca imaginé que fuera tan más de lo mismo.

Manises, Grifol, contactados varios y un catedrático de química que en sus tiempos mozos, cuando era músico itinerante, de esos que tocan en las fiestas de los pueblos, le asustó una luz sobre un puente de la carretera.

Como experto habián llamado a un joven ufólogo (supongo que a estas alturas es de la quinta generación) que repetía lo mismo que ya había escuchado hace casi dos décadas a la «cuarta generación» encabezada por los entonces jóvenes Sierra, Guijarro, Cardeñosa…: vivimos realmente una gran oleada con multitud de pruebas y filmaciones, hay casos sorprendentes como el de Campeche de 2003 (ya explicado, a lo que añadió florituras, no sé si de su cosecha o de segundas fuentes, como que los «objetos» rodearon al avión que los filmó), que hay una gran conspiración oficial de silencio… Y, por supuesto, que su trabajo es serio y científico, que para eso estudió ingeniería técnica.

Pero lo que me acabó de confirmar es lo que antropólogos y sociólogos de las religiones llevan diciendo desde hace años: el movimiento ovni -que no fenómeno– es una nueva religión.
Escuchar a los contactados y a algunos de los que habían visto un ovni me hizo darme cuenta de la profunda religiosidad que produce la visión de algo que les es extraño. Una mujer dijo que ver cómo un platillo volante se perdía tras una colina fue una experiencia feliz, casi mística; Grifol repitió lo que lleva diciendo desde hace tres décadas: seres que le hablan en sueños y le susurran mensajes; peregrinaciones a Montserrat en fechas señaladas; que los extraterrestres son ángeles que velan por nosotros y les preocupa nuestro bienestar espiritual… Otra, Virgina Dangma, había seguido la trayectoria de su madre, que practicaba la escritura automática -una técnica inventada por los médiums del XIX para hablar con los espíritus-. Pero esta vez, en lugar de difuntos, madre e hija hablan con extraterrestres. Finalmente, dos hombres -uno de ellos catedrático de ingeniería química en la Universidad de Extremadura- que en sus tiempos mozos vieron una potente luz muy cerca de ellos, casi como en la película de Encuentros en la Tercera Fase.

Resulta curioso cómo la cultura modifica lo que observamos: a pesar de que lo que veía era una luz, el catedrático no dejó de hablar de «un objeto», aun cuando él mismo reconoció que no fue capaz de percibir estructura alguna en algo que, además, cambiaba de forma. Si hubiera vivido en el siglo XVIII seguramente habría hablado de brujería o de Satanás -o quizá de algún santo- pero en nuestra época espacial las luces se convierten en objetos sólidos tripulados.

¿Qué es lo que vio? Nunca lo sabremos pues el fenómeno real está enmascarado por el recuerdo de lo que vio. De igual manera que cada nosotros recordamos lo sucedido la pasada Nochebuena de forma diferente a nuestros familiares, la cultura personal contamina el recuerdo de cualquier experiencia, y una luz pasa a convertirse en un objeto. ¿Qué quiere decir esto? Que al ser un objeto, una nave espacial extraterrestre, en nuestro recuerdo se comporta como tal y ya le asociamos intencionalidad, movimientos inteligentes… a todo lo que observamos. Es lo que sucede con los pilotos: para ellos todo lo que ven en el cielo es un aparato pilotado (dejando a un lado las aves) y así lo ven comportarse. De ahí que hayan confundido los trozos que caen tras la reentrada de un satélite cono un grupo de objetos volando en formación. Y aún más: el famoso caso de Ricky Martin y la mermelada nos demuestra que no es necesario realmente ver nada para crear un recuerdo de haber visto algo.

A este panorama añadamos la intensa religiosidad que aflora entre los devotos de los ovnis. Porque eso es lo que son: tienen experiencias transformadoras, necesitan contar la buenanueva al mundo -les crean o no- (una de las entrevistadas «daba fe» de su experiencia), les hablan por medios no convencionales (¿No son esas comunicaciones telepáticas lo mismo que aquellos que, como Teresa de Ávila, charlaban con Dios y la Virgen?)… El comportamiento de los ovnis es similar al de los «avistamientos» de santos medievales, a las apariciones religiosas de todo signo, y sus supuestas comunicaciones se restringen a recomendaciones éticas y mensajes de paz y amor. ¿A qué les suena? Incluso los extraterrestres les hacen promesa de un cambio y de la ascensión a un nivel superior de existencia (¿no es similar a lo que hacen las religiones clásicas de prometer una vida mejor en el más allá?).

Este no es el comportamiento que uno espera de una civilización tecnológica que viaja por el espacio al encuentro de otros signos de vida inteligente. Compárese cómo se han comportado las diferentes civilizaciones terrestres cuando han encontrado a otros pueblos a lo largo de la historia para notar la diferencia: James Cook, en sus encuentros con los isleños del Pacífico, no hablaba con ellos por telepatía.

Un detalle que resultará revelador de esta religión en proceso de formación: los extraterrestres no llegan; se manifiestan, aparecen. Su existencia no es material, no se comportan como lo hace la materia; son de naturaleza etérea, evanescente, surgen de la nada. A veces dejan señales, signos, como prueba de lo que son, del mismo modo que los Evangelios narran los milagros de Jesús: no son demostraciones de su poder para convencer a los incrédulos sino signos destinados a los creyentes para reafirmar su fe. Los supuestos rastros de aterrizajes, las borrosas filmaciones y fotografías… desempeñan el mismo papel. No existe ni una prueba física directa e irrebatible, como pudiera ser el tornillo de una nave. Pero es que los creyentes no la necesitan.

Sin embargo, al ser una religión nacida en el seno de una civilización tecnológica algunos de sus fieles buscan una reafirmación científica de su fe; necesitan demostrarla. De ahí la legión de ufólogos aficionados que destinan gran parte de su tiempo y de su dinero a investigar cada uno de los casos, a entrevistar a testigos, a buscar rastros de su existencia. Así llevan desde los años 50 pero las pruebas incontrovertibles siguen evitándoles. La situación es la misma que el caso del espiritismo a principios del siglo XX. Henry Sidgwick, primer presidente de la Sociedad para la Investigación Psíquica, dijo tras dos décadas dedicadas a la investigación: «Si alguien me hubiera dicho que después de veinte años de investigación iba a estar en el mismo estado de duda que cuando comencé, me habría parecido una profecía increíble. Parece imposible que tal cantidad de evidencias traigan tan poco peso en la decisión». De igual forma expresó su frustración el psicólogo William James en su último artículo sobre la investigación psíquica (1909), «he gastado mis buenas horas presenciando los fenómenos. Todavía no he llegado teóricamente más ‘lejos’ de donde estaba al principio» y el filósofo Anthony Flew (1978), tras 25 años interesándose por la parapsicología: «Es deprimente tener que decir que la situación hace un cuarto de siglo era muy parecida a la de ahora».

No existe el fenómeno ovni como tal, sino que en ese saco se meten todas aquellas experiencias que, a nuestro juicio (y esto es importante remarcarlo), tienen toda la pinta de ser naves extraterrestres. Una pinta que fue dibujada por la ciencia ficción y luego pulida, modificada y ampliada por quienes viven en el mito. ¿Por qué sucedió así? Creo que es imposible de saber. Es lo que tienen todas las religiones. Podemos saber cuándo apareció el cristianismo, pero no podemos decir con certeza porqué la prédica de uno de los diversos judíos escatológicos que recorrían la Palestina del siglo I se convirtió en una gran religión. Podremos conocer cada paso hasta convertirse en lo que es hoy, pero jamás podremos responder a la gran pregunta: ¿Por qué fue así y no de otro modo?