La terraformación de Marte

Si hay algo en lo que están de acuerdo todos los pioneros de la ingeniería planetaria es que el mejor planeta para terraformar es Marte. Ahora bien, ninguna civilización presente o futura puede destinar gran cantidad de recursos durante tiempo ilimitado a una empresa dada. Esto quiere decir que la terraformación de Marte cuenta, además de los problemas tecnológicos, con un serio handicap: debe hacerse en un tiempo razonable. ¿Cuánto? Del orden de unos 500 años.

El primer paso a dar es obvio: aumentar la temperatura en superficie de Marte, que traería de la mano un cambio su atmósfera. Para conseguirlo sólo tenemos que pensar en el efecto invernadero. Luego deberemos instalar factorías productoras gases invernadero artificiales que no contuvieran cloro ⎯pues trabajarían en nuestra contra al atacar una futura capa de ozono⎯, como el perfluorometano (CF4). Así, si se libera al mismo ritmo que los CFCs en la Tierra (1.000 toneladas por hora) la temperatura media del planeta aumentaría 10 ºC en una pocas décadas.

Esta temperatura provocará que grandes cantidades de dióxido de carbono encerradas en un tipo de roca marciana, los regolitos, se libere, lo que haría que el planeta se calentara aún más rápido. También se podría usar amoniaco, otro gas invernadero. Una buena fuente para ello son los asteroides que se encuentran más allá de la órbita de Júpiter, que se supone poseen altas cantidades de amoniaco y agua congelados. Sólo habría que darles un pequeño empujón (del orden de 1.100 km/h para uno situado en la órbita de Urano) y dirigirlos contra Marte. Si chocase contra el polo, la energía del impacto contribuiría a evaporar el agua, contribuyendo al efecto invernadero (un impacto de este tipo es capaz de evaporar un lago de 150 km de diámetro y 50 m de profundidad). El resultado neto sería la formación de una atmósfera marciana con unas más que aceptables presión y temperatura atmosféricas. Esta sería la parte fácil.

La insolación sobre Marte habría que aumentarla, como mínimo, en un 30%, para acercarla a la terrestre. Esto sería posible mediante la instalación de espejos en órbita del tipo de las velas solares que hoy se están investigando. Una vela solar no es otra cosa que un espejo con un alto poder de reflexión: cuando los fotones de luz golpean del espejo, le transmiten el impulso necesario para mover el vehículo. En nuestro caso esto no es lo importante, sino que reflejen la máxima luz posible. Los componentes básicos de la navegación solar los tenemos en nuestras cocinas: el papel de aluminio y ese plástico fino que utilizamos para envolver los alimentos. El aluminio es el material reflectante; el plástico, la estructura resistente sobre la que se monta. Por ejemplo, el mylar aluminizado es un buen material de “baja tecnología” para nuestros intereses. Inicialmente se podría colocar un espejo de 125 km de radio a una distancia de 214.000 km (unos dos tercios de la distancia Tierra-Luna) para fundir los polos. Claro que también existe un modo más sutil: cambiar la cantidad de luz que absorben. Simplemente extendiendo una capa de polvo sobre los polos podemos conseguir que absorba más cantidad de luz solar y, por tanto, vaya aumentando gradualmente su temperatura.

A continuación deberían conseguirse unos niveles válidos de nitrógeno y oxígeno en la atmósfera. Para ello, Martyn Fogg propone la volatilización de nitratos y carbonatos mediante dos métodos, a cada cual más catastrófico: por impactos meteoríticos dirigidos o por minería nuclear. Ambas consiguen la volatilización in situ de estos elementos mediante la inyección de calor en profundidad.
La activación de la hidrosfera puede parecer una empresa más sencilla, pero no lo es tanto. Con el aumento de la temperatura el hielo que se supone existe a unos cuantos metros por debajo de la superficie, en el permafrost, saldría a la superficie. Sin embargo, allí parece ser que no hay suficiente agua. La única manera de añadir agua a Marte es mediante un intenso bombardeo cometario, algo que ya sucedió cuando la Tierra era joven. De hecho, se supone que el 30% del agua que hoy existe sobre la Tierra ⎯casi la tercera parte del agua que bebemos⎯ proviene de aquellos cometas. Teniendo en cuenta que cada año cruzan la órbita de Marte unos seis cometas, sólo habría que ‘arreglarles’ una cita con nuestro planeta vecino. Esta violenta transformación marciana implicaría, evidentemente, una evacuación de los asentamientos humanos hacia los polos.

Tras 300 años de intensa labor ingenieril, Marte tendría una temperatura global de 8ºC, una presión total de unos 240 milibares (la presión normal en la Tierra es de 1013) y agua corriendo por el 10% de su superficie con una profundidad media de 70 m. La pequeña cantidad de oxígeno liberado en la atmósfera empezaría a formar el ozono suficiente para detener parte de la radiación ultravioleta. En estas condiciones, la siembra de algas y otro tipo de vida microbiana acuática sería factible: su supervivencia estaría asegurada a una profundidad de 10 m por debajo de la superficie del agua.

Llegados a este punto, el problema más acuciante de la terraformación es la presencia de nitrógeno en la atmósfera. Los procesos biológicos que liberan nitrógeno tardarían miles de años en llegar a los niveles necesarios para hacer la atmósfera marciana adecuada para el ser humano; un plazo de tiempo totalmente desproporcionado para un proyecto de ingeniería planetaria. Pero relativamente cerca los ingenieros planetarios disponen de una fuente prácticamente inagotable de nitrógeno: el satélite de Saturno Titán.

Así, 500 años después del comienzo del programa, la humanidad podrá asentarse en Marte. No será demasiado parecido a la Tierra: no llevaremos escafandra, pero sí equipos de oxígeno (que no pesarán demasiado pues la gravedad es un tercio de la terrestre), veremos agua corriendo por la superficie y cierto verdor producto de las plantas genéticamente modificadas para sobrevivir en ese medio ambiente. Poco a poco iremos convirtiendo Marte en otra Tierra, en un proceso más lento, pues el establecimiento de una biosfera adecuada es muy complejo y laborioso. Por desgracia, un Marte habitable exige una intensa labor de mantenimiento: será la época dorada de ecólogos e ingenieros. El control de esta biosfera artificial sería el objetivo principal y al que se dedicarían los mayores esfuerzos por parte de los futuros “marcianos”: éste es el precio a pagar por reproducir la Tierra en otro lugar.

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Buenísimo artículo, extremadamente interesante.

    Me gusta

  2. Tal vez otra opción sería la generación de microclimas en la superficie marciana. Es mucho más fácil cambiar las condiciones de un área determinada que las de un pleneta entero.

    Además, si estos microclimas estuvieran cerrados de forma que las condiciones internas permitieran la actividad humana (manteniendo un aprovisionamiento constante de oxígeno y otros requisitos fundamentales) el proceso sería mucho más rápido ya que se podría trabajar desde allí.

    Si además esos microclimas delimitados permitieran la salida de materia y energía pero no la entrada, el proceso se aceleraría enormemente pues el CO2 que respiramos junto con la basura que generamos producirían un calentamiento (por contaminación) del exterior a la vez que permitiría el crecimiento de las sociedades marcianas, pues cada vez se crearían más y más microclimas habitables.

    Puede que no dispusiéramos de un planeta absolutamente habitable sin peligro desde nuestra llegada pero la habitabilidad iría aumentando paralelamente a nuestra colonización.

    Un saludo,

    Germán

    http://www.lacienciadelhoy.blogspot.com/

    Me gusta

Deja un comentario