¡Abracadabra!

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A 240 kilómetros de El Cairo, cerca del pueblo de Beni Hassan, se encuentran 39 tumbas de señores y nobles del Imperio Medio. En una de ellas, en la de un hombre llamado Baqet III, dos hombres parecen estar realizando el juego de los cubiletes.viaje_agos3.jpgviaje_agos3.jpgviaje_agos3.jpg Por otro lado, el papiro Westcar, una colección de relatos mágicos, narra las hazañas del mago Dedi ante el faraón Keops cortó la cabeza a un pato, un ganso y una vaca. Tras un pase mágico, las restituyó de inmediato. Cuando el emperador le pide que lo haga con un hombre Dedi rehúsa, lo que para el historiador de la magia e ilusionista Edwin Dawes es prueba de que Dedi no poseía el gimmick –nombre técnico que se da a los artilugios usados por los magos para sus efectos– necesario para tal proeza. Esa mezcla de diversión y maravilla hizo que los magos pasaran de ser unos artistas ambulantes a personas con poderes sobrenaturales.

El misterio que envuelve sus secretos hizo que fueran mirados con recelo por las gentes y la Iglesia durante la Edad Media. Algunos creían que tenían un pacto con el diablo. Una curiosa acusación, cuando es bien sabido que sacerdotes de todas las religiones del mundo han empleado trucos de magia para convencer a sus fieles: el hechicero de los indios navajo hacía flotar una flecha en el aire gracias a dos larguísimos cabellos que sujetaban sus ayudantes; los sacerdotes egipcios abrían “sobrenaturalmente” las puertas de sus templos gracias a un uso ingenios movidos por el vapor, como dejó escrito Herón de Alejandría; los druidas hacían oír la voz del temible dios celta Teutates escondiéndose en el interior de un tronco hueco.

San Juan Bosco no es por casualidad el patrón de los ilusionistas. Nacido en 1815, sus biografías cuentan que decuplicaba una docena de huevos, convertía el agua en vino, estrangulaba un pollo y lo resucitaba, sacaba monedas de cien de la nariz de los espectadores… Algunos de sus feligreses le acusaron ante el obispo de tener tratos con el diablo. San Juan Bosco logró convencer a su superior de que sólo eran trucos de magia al robarle la bolsa de las monedas y el reloj de bolsillo sin que el obispo se diera cuenta.

Para muchas personas la magia no es nada más –y nada menos– que habilidad y rapidez de reflejos. Sin embargo, el arte de la ilusión es en un 95% psicología aplicada. La técnica básica consiste en desviar la atención del observador de modo que no perciba el movimiento tramposo. En ilusionismo se la conoce con el nombre de misdirection. Sin ella y sin la presentación, sin la atmósfera mágica, el juego no tiene sentido. Aunque a veces la suerte tiene una importancia vital y ante todos sucede el milagro. Eso le ocurrió al gran mago francés del siglo XIX Jean-Eugène Robert-Houdin.

 

Había sido invitado a actuar ante el Papa. Entre los invitados había un obispo que estaba muy orgulloso de su reloj, único en el mundo. Robert-Houdin era relojero y siempre que visitaba una nueva ciudad recorría todas sus relojerías. En una de ellas un joven noble acababa de vender un reloj que era ¡idéntico al del obispo! Sin pensárselo dos veces, lo compró. El día de la función todo estaba preparado. Antes de empezar, Robert-Houdin deslizó el reloj que había comprado en el bolsillo del Papa. Después de unos juegos, pidió prestado el reloj al obispo, tras hacerle decir repetidas veces que era único en el mundo. Y ante el asombro de todos, lo destrozó. Mediante un pase mágico lo hizo desaparecer y dijo: «Por favor Su Santidad. ¿Quiere hacer el favor de mirar en su bolsillo?» Atónito, su mano cogió el reloj único del obispo, intacto.

La ciencia y la tecnología estaban permanentemente presentes en su espectáculo. Fue uno de los primeros en usar el electromagnetismo cuando aún no era conocido por el público. En su efecto El cofre pesado y ligero, invitaba a un espectador a levantar una pequeña caja de madera donde decía tener guardado su dinero. El espectador lo hacía con facilidad. Pero a la orden del mago de que la caja se quedara en su sitio para que no pudiera ser robada, el pobre voluntario, por mucho empeño que pusiera, no la podía mover. Todo el efecto residía en una plancha de metal escondida dentro del cofre y un electroimán bajo el escenario…

En 1856 una serie de revueltas en Argelia estaban poniendo en jaque al gobierno francés: los morabitos habían sublevado al pueblo musulmán, sobre todo en Cabilia, una región montañosa del norte. El conflicto era peligroso pues los líderes morabitos habían convencido a sus compatriotas que poseían poderes sobrenaturales y, por tanto, la victoria estaba asegurada. Haciendo gala de una gran imaginación, los franceses enviaron al mago Robert-Houdin para desacreditarlos. Él era su último recurso. Y allí repitió el truco del imán.

– ¿Eres fuerte?, le preguntó a un árabe.

– Sí, contestó.

El árabe levantó sin problemas la pequeña caja.

– ¿Esto es todo? preguntó.

– ¡Espera!, respondió el mago.

Hizo unos pases mágicos y le dijo:

– ¡Venga! Ahora eres más débil que una mujer. Intenta levantarla.

Con el electroimán encendido, el fornido árabe no pudo alzarla ni un centímetro. Exhausto y enrojecido, volvió a intentarlo pero a una señal del francés una descarga eléctrica recorrió su cuerpo, envuelto en fuertes espasmos.

– ¡‘Allah, ‘Allah!, gritó lleno de miedo.

El coronel de Neveu le pidió que desacreditara otro de sus trucos, el clásico de la bala atrapada, con el que probaban que las armas de fuego no les hacían daño. Houdin así lo hizo. Un día, de visita en una tribu del interior del país, un morabito le retó a probar su invulnerabilidad allí mismo. Houdin le dijo que era gracias a cierto talismán que se había dejado en Argel, pero si le dejaba rezar 6 horas lo haría sin él. Quedaron a la mañana siguiente. El morabito sacó dos pistolas y pidió disparar primero. Houdin protestó, pero accedió. El musulmán cargó las pistolas con pólvora, sacó un puñado de balas y pidió que escogiese dos. El morabito, que había vigilado cuidadosamente cómo se cargaban las armas, estaba seguro de la muerte del mago. Apuntó escrupulosamente y disparó. Con una sonrisa Robert-Houdin mostró la bala atrapada entre los dientes. Entonces tomó su pistola y dijo:

– Tú no puedes hacerme daño, pero mi habilidad es más peligrosa que la tuya; ¡mira!

Disparó contra una pared. La cal saltó y en el lugar del impacto una gota de sangre resbaló hacia el suelo. Con su buen hacer demostró a los argelinos que los franceses tenían mayores poderes que los morabitos.

No creamos que sólo personas con poca cultura caen en el engaño. Hasta eminentes científicos han cometido el mismo error. El deseo de creer, la fe en la propia competencia a la hora de investigar fenómenos fuera de su especialidad y el desconocimiento de las más básicas técnicas de ilusionismo explican este cúmulo de despropósitos, hasta el punto de creer que los mentalistas –ilusionistas que simulan tener poderes paranormales– eran verdaderos dotados. Julius Zanzig y su mujer Agnes eran especialistas en telepatía y su número Dos Mentes con un Sólo Pensamiento atrajo la atención del famoso Arthur Conan Doyle. Tras observarlos cuidadosamente, Doyle concluyó que sus poderes eran genuinos. En 1924, Julius Zanzig publicaba su código secreto, hasta el más mínimo detalle, con el título Our Secrets!.

Idéntica suerte corrió el físico Oliver Lodge con Los Devants. David Devant –que en sus inicios fue ayudante de Zanzig tras la muerte de su esposa– y su hermana fueron sometidos a un escrupuloso experimento. David distribuyó seis tarjetas de visita sin imprimir y seis sobres entre los asistentes. Una vez escritos fueron depositados en el interior de una bolsa junto con otro sobre que el propio Lodge había traído de su casa. Sin ningún movimiento falso uno a uno fueron extrayéndose y la hermana de David, con los ojos vendados, describió el contenido de todos los sobres, incluido el de Lodge. Al final se verificó que los sobres estaban intactos. Oliver Lodge, asombrado, afirmó no encontrar ninguna explicación científica a tal fenómeno; era pura clarividencia. Años más tarde y ya retirado, David Devant publicaba el libro Secrets of my Magic.

Seguro que les ha quedado la curiosidad de cómo Houdin consiguió el milagro. Él mismo lo contó en sus memorias. Mediante un pase cambió las balas por otras que fabricó con cera y frotadas en grafito –en eso invirtió las 6 horas que pidió para rezar–. En su interior, hueco, había depositado una gota de sangre extraída de su pulgar. Al introducir con la baqueta la bala dirigida a él se rompió, y en el disparo sólo se oyó el estallido de la pólvora. La otra bala la introdujo con cuidado para no romperla y al impactar en la pared liberó la sangre que contenía.

El riesgo corrido por Houdin fue inmenso. La rutina de la bala atrapada ha llevado a la tumba a 16 magos: el último, Fernando Tejada en 1988 en Columbia (EE UU). Demasiadas cosas pueden ir mal. Así, en 1880 Raoul Curran murió porque un espectador salió al escenario y sin previo aviso disparó al tiempo que decía: “¡Atrapa ésta!”. Houdini, tras la muerte del mago chino Chun Ling Soo afirmó que lo haría, pero una carta del Decano de los Magos, Harry Kellar, le hizo desistir. Otro de los efectos más arriesgados es soltarse de una camisa de fuerza mientras se está a una decena de metros sobre el suelo colgando de una soga ardiendo.

Magia y peligro es una peligrosa combinación. Uno de las tragedias más recientes sucedió el 3 de octubre de 2003. Ese día el espectáculo de Siegfried & Roy, famosos por incluir en él tigres blancos criados por ellos mismos, concluía trágicamente tras más de 5.750 representaciones, casi todas en The Mirage de Las Vegas. Esa noche Roy Uwe Ludwig Horn fue mordido en el cuello por un tigre de 7 años llamado Montecore. Muy grave, mientras lo llevaban en la ambulancia dijo: “No matéis al gato”. Hoy camina asistido únicamente por Siegfried. Y en febrero de 2009 hiciero su última actuación.. con Montecore.

El secreto es una parte esencial de la vida del ilusionista y fundamento de su arte. En 1905 Houdini visitó Gran Bretaña como parte de su gira europea. Allí se encontraba otra gran escapista de principios de siglo, el Gran Carl Mysto, manudo, bajito y con un mostacho sobresaliente. Estaba emocionado por encontrarse con su inspirador, pero Houdini sólo tenía palabras de mofa para otros escapistas, a los que llamaba charlatanes y fraudes. El americano veía a Mysto como un oportunista y netamente inferior. Incluso como una amenaza a su estrellato en el mundo de habla inglesa.

Así que se le ocurrió un acto de verdadera traición profesional. Durante una actuación en el teatro Salford Regent de Manchester Houdini demostró su desprecio por Mysto desvelando sus trucos ante la audiencia. El enfado de Mysto fue mayúsculo y tras una acalorada discusión llegaron a los puños. Ahora los secretos se protegen incluso a través de la oficina de patentes: las partes críticas del famoso vuelo de David Copperfield se encuentran en la patente norteamericana 5354238 cuyo autor es John Gaughan, un constructor de aparatos para magos profesionales y colaborador habitual del mejor diseñador de ilusiones del mundo, Jim Steinmeyer. ¿Recuerdan la hazaña de David Copperfield al hacer desaparecer la Estatua de la Libertad? Fue creación suya. Los Pendragons  han realizado con gran éxito otro truco suyo donde el mago atraviesa por la mitad a un ayudante. Esta pareja de magos tiene el récord del mundo en rapidez al hacer la metamorfosis –el mago se coloca encima de un arcón donde se ha encerrado atado a otro, se cubre todo con una tela y al caer ésta sus papeles han cambiado–: tardan 25 décimas de segundo. La metamorfosis fue inventada por otro de los grandes magos del siglo XIX, el británico John Nevil Maskelyne, que ideó también el primer retrete público de pago –era una cerradura que para abrirla había que introducir un penique, como ahora en las consignas de algunos supermercados–.

Con todo, el nombre que todos asociamos al mejor mago de todos los tiempos es el de Harry Houdini –su verdadero nombre era Ehrich Weiss que cambió como reconocimiento al gran mago francés–. Sintió pasión por la magia desde muy niño y tras unos duros comienzos consiguió, gracias a un severo entrenamiento físico y una dedicación obsesiva al aprendizaje de efectos, se convirtió en el gran ilusionista que todo el mundo conoce. Su nombre está asociado a cadenas, esposas, camisas de fuerza, de las que podía liberarse sin problemas. Escapó de las esposas más seguras del mundo, las de Scotland Yard, y del infame Vagón de Transporte Siberiano —una prisión hecha completamente de metal utilizada para trasladar a los prisioneros al exilio— ante la mirada atónita de la policía secreta. Era tal el cúmulo de conocimientos que tenía Houdini por el escapismo que parte de su material aún no se sabe para qué lo usaba. Houdini fue un maestro del marketing.

Supo vender su imagen como ningún otro e imprimió a los trucos clásicos una nueva personalidad. Todo el mundo conoce el clásico efecto en el que un mago se traga un hilo y un paquete de agujas y, tras unos instantes, las saca enhebradas. Houdini hacía lo mismo pero la manera de presentarlo lo convertía en algo totalmente diferente.

“Empezaba por su traje; para las matinales usaba un traje de calle muy serio, igual que un embajador que acudiese a una llamada de la Casa Blanca. En las actuaciones de noche llevaba frac. Invitaba a subir al escenario a 20 ó 30 personas. Esto no tenía un significado real, pero daba la impresión de que iba a realizar una gran ‘ilusión’. Al pedir voluntarios, especialmente preguntaba si había algún dentista que quisiera ayudarle. Si había alguno, Houdini le pedía que le examinase la boca y para ello le daba un espejo de dentista. La mayoría de los magos usaba un paquete de agujas. ¡Houdini usaba dos! La mayoría de los magos se contentan con una longitud de hilo de 180 cm. ¡Houdini usaba 9 metros de hilo! Cuando tiraba del hilo lo extendía a lo largo de todo el escenario. Esta acción era acompañada con la música de una orquesta y un redoble de tambor sonaba cada vez que aparecía una aguja entre sus labios. Estas cosas, en letra impresa, parecen triviales, pero mantenían al público hechizado durante 10 minutos”.

Artísticamente, Houdini y sus publicistas hicieron de su vida una leyenda. Sus actuaciones, siempre buscando la sorpresa y la admiración del público –y asegurarse contratos en los teatros–, las rescribían llenándolas de tintes dramáticos. Al final, lo que sobrevivía era el mito. Eso ocurrió con el famoso salto del puente de Detroit. La historia, repetida miles de veces, cuenta cómo Houdini, esposado, saltó desde el puente Belle Isle al río Detroit un día de invierno. El río estaba helado. Sus ayudantes hicieron un agujero en el hielo para que el mago pudiera realizar la hazaña. Houdini se liberó fácilmente de las esposas pero al subir a la superficie no encontró la salida. Respirando el aire atrapado entre la capa de hielo y el agua pudo ver el cabo de la cuerda que sus ayudantes –temiendo lo peor– habían arrojado desde el exterior. Cuando todos pensaban que se había ahogado, Houdini apareció. La multitud prorrumpió en aplausos y vítores al héroe. Pero la realidad fue otra: saltó desde el puente a un río sin helar y atado a una cuerda de 45 metros de larga. Houdini jugó siempre en sus actuaciones con la muerte, pero no era un suicida.

Algo parecido ha ocurrido con Jasper Maskelyne, el décimo descendiente de esta famosa familia de ilusionistas. Según contó en su autobiografía –escrita con ayuda de su hijo Alistair– durante la II Guerra Mundial estuvo destinado en una unidad de camuflaje de los Ingenieros Reales y en enero de 1941 le asignaron su propia unidad conocida con el sobrenombre de The Magic Gang.

El alto mando británico encargó a Maskelyne una misión que, dada su condición de mago, no debía ser muy complicada: hacer desaparecer el puerto de Alejandría para que no fuera destruido por los bombarderos alemanes. Como camuflar el puerto era imposible, a Jasper se le ocurrió cambiar el puerto entero de lugar. A pocos kilómetros de Alejandría localizó un lugar llamado Bahía Maryut cuyo perfil coincidía con el la ciudad egipcia. Disponiendo las luces de idéntica manera a como se encontraban en el puerto y la ciudad de Alejandría, construyó una réplica exacta de lo que los bombarderos alemanes veían desde el cielo. Durante ocho noches los alemanes estuvieron bombardeando un puerto que jamás existió.

El alto mando estaba impresionado. ¿Podría hacer lo mismo con el Canal de Suez? Para conseguirlo, Jasper construyó 24 inmensos ventiladores cuyas aspas eran espejos y los unió a los focos reflectores situados a lo largo del canal. Los ventiladores-espejo, girando a gran velocidad, creaban un fantástico y deslumbrador espectáculo de luces giratorias que cegaban a cualquier piloto que se acercara. Por desgracia, toda esta historia –conocida y aceptada por la mayoría de la comunidad de magos– es muy probable que sea un mito.

En una serie de 21 artículos publicados en la revista Geniis Magic Journal entre 1993 y 1995 el mago e historiador militar Richard Stokes sacaba a la luz numerosas inconsistencias y errores –por ejemplo, no existe nada llamado Bahía Mayrut, que en realidad es un lago– al mismo tiempo que su hijo reconocía que la autobiografía fue una obra “en gran parte de ficción” de un “negro” que exageró en gran medida los recuerdos de Maskelyne –un hombre ya de por sí muy dado a engrandecer su propia vida–. Lo que Alistair se calló, sospecha Stokes, es que él fue el negro.

Un detalle para los aficionados a las novelas de terror: H. P. Lovecraft fue en diversas ocasiones el “negro” de Houdini. La ingenuidad de algunos ha llegado a extremos insospechados. Conan Doyle, creador del detective racional por antonomasia, escribió un libro titulado El Enigma de Houdini donde afirmaba que el conocido mago-escapista se desmaterializaba para escapar de las cadenas. Y aunque pueda parecer increíble todavía hay personas que afirman que algunos números de los magos son trucos, pero otros se basan en poderes especiales que no pueden revelar porque causarían una gran conmoción. Sólo tenemos que recordar a nuestro mago mental patrio, Anthony Blake, cuando “adivinó” el número de la lotería de Navidad. Muchos todavía creen que lo hizo de verdad.



4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Pingback: ¡Abracadabra!
  2. Es que Conan DOyle nació para ser estafado. Era la víctima de cualquier timador que jugara con lo esotérico y llegó a hacer el ridículo de forma pública y nacional pididendo a la reina Victoria que aceptara como súbditos ingleses a las hadas descubiertas por unas niñas (el célebre engaño de las fotos de hadas, tan burdo que ya desde el principio estaba claro cual era el truco, pero todavía hoy hay idiotas que se empeñan en creerlo, como Doyle)

    Lo peor es que dejó que su estupidez afectara a su obra y en la última novela de la saga del profesor Challenger, un hombre tan racional que a su lado Sherlock Holmes parece una beata supersticiosa, le transformó en un lloroso seguidor del espiritismo, como lo era él.

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  3. Carlos dice:

    «El secreto es una parte esencial de la vida del ilusionista y fundamento de su arte.»
    Muy cierto, Chung Ling Soo no supo mantener su privacidad a salvo:

    http://www.sentadofrentealmundo.com/2011/01/el-condenado-muerte.html

    Saludos,

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  4. Viviana dice:

    Muy bueno este post pero más que bueno muy cierto. Con su permiso lo cuelgo en mi muro de facebook. Si por alguna razón mágica está en desacuerdo por favor hágalo saber.
    Cordiales saludos!

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