Religión atea, religión civil

Los pirahã son un pueblo de cazadores-recolectores que viven en las orillas del río Maici, un afluente del Amazonas, en Brasil. Se calcula que son unos 360, un número que disminuye de manera progresiva y que por ello se encuentran en peligro de extinción. Se llaman a sí mismos los Hi’aiti’ihi, los erguidos, y su cultura y lenguaje representan todo un reto para los antropólogos: no tienen conceptos diferenciados de parentesco más allá de los hermanos, poseen muy pocos conceptos para fechas y horas, carecen de numerales y de pensamiento abstracto, la sociedad no presenta jerarquías sociales (no hay jefes) y, a pesar de los esfuerzos de misioneros y otros científicos, son incapaces de contar. Su lenguaje es motivo de disputas académicas: no poseen relativos y sus 7 consonantes femeninas, 8 masculinas y 3 vocales lo convierten en el idioma con menos letras del mundo. Pero lo más interesante es que carecen del concepto de dios o de religión. Poseen espíritus, pero se trata de cosas tangibles, como un jaguar o un árbol. Y, hasta el momento, parece ser que no poseen ninguna mitología. Son un pueblo sin religión.

¿Existen religiones sin dios? Aunque a primera vista puede parecer un dislate, no lo es tanto. Una de las más antiguas de la India, el jainismo, -aparece hacia el 490 a. C.-, niega la posibilidad de un dios creador con poder para intervenir en los asuntos humanos. No aceptan la existencia de dioses, espíritus ni demonios, pero y solo los Jinas o tir-thankaras, hombres justos que han alcanzado la perfección, podríamos asimilarlos a seres sobrenaturales. Para los 4 millones de jainistas el mundo es eterno, carece de principio y, por tanto, las almas (lo que anima a los seres) y la materia son increadas e indestructibles. Más recientemente han aparecido una serie de movimientos religiosos nacidos al calorcillo de los ovnis, como los raëlianos. Todo comenzó cuando Claude Vorilhon, un periodista deportivo especializado en carreras de coches, se encontró el 13 de diciembre de 1973 en el interior de una nave espacial llamada Yaweh propiedad de los Elohim, una raza extraterrestre muy avanzada que creó la vida en la Tierra. Renacido como Raël, al año siguiente fundaba en París el movimiento raëliano, «una religión que pretende ser científica, hedonista, materialista y atea» dice George D. Chryssides, de la Universidad del Wolverhampton.

En otras ocasiones se ha tomado una religión bien establecida y se la ha despojado de su manto sobrenatural. Esto pasó en la Alemania de 1920, cuando el partido nazi creó un modelo de cristianismo consistente con su ideología al que llamó cristianismo positivo; Jesús se convirtió en un predicador que se opuso al judaísmo de su época. La reconversión pasó por minimizar los aspectos milagrosos de los evangelios y dejar la crucifixión en un simple y trágico final de un Jesús ario a manos de los judíos. El programa del partido nazi decía: «Queremos la libertad de todos los credos religiosos dentro del Estado, siempre que no pongan en peligro su existencia o no choquen contra las costumbres y la disciplina moral del pueblo alemán. El partido como tal profesa un cristianismo positivo, sin ligarse bajo el aspecto confesional a ningún credo determinado.» De todos modos, la cúpula nazi prestó atención a no contradecir las teologías tradicionales: aunque Hitler enfatizó la conveniencia del cristianismo positivo se cuidó muy mucho de enfrentarse a las distintas iglesias por miedo a perder votos. Sin embargo, un número considerable de nazis se enfrentó a ellas. Como Alfred Rosenberg, responsable de los territorios ocupados durante la II Guerra Mundial. Durante su época de editor del periódico oficial del partido Völkischer Beobachter escribió que los católicos y protestantes habían pervertido el cristianismo, ignorando los aspectos heroicos y germánicos de la vida de Jesús.

Curiosamente, esta «desdivinización» de una religión también ha sido realizada por los propios judíos. David Ben-Gurion, considerado en Israel como Padre de la Nación, agnóstico y profundamente laico, escribió: “El libro más importante de mi vida es la Biblia”. Para el primer presidente de Israel y sionista convencido, la Biblia avalaba el sacrosanto derecho de propiedad del pueblo elegido sobre Palestina, “con una genealogía de 3.500 años».

Esta idea era nueva. “Durante dos milenios la tradición y la religión judías habían ordenado categóricamente a los judíos que esperaran la llegada del Mesías y el fin de los tiempos antes de regresar a la Tierra Prometida”, comenta Nur Masalha, del Departamento de Teología, Filosofía e Historia del St. Mary’s College. El sionismo, cuyo origen está ligado al colonialismo europeo del siglo XIX, usó la Biblia como poderosa e irrefutable justificación a la hora de reivindicar su derecho a colonizar Palestina y regresar a Eretz Yisrael, la Tierra de Israel, “rompiendo radicalmente con 2.000 años de tradición judía y judaísmo rabínico”, apostilla Masalha. El apoyo «científico» llegó de la mano de la arqueología bíblica, que desde sus inicios en el siglo XIX quiso avalar las raíces occidentales de Tierra Santa y autentificar la historicidad de la Biblia. No es de extrañar, pues sus popes eran cristianos y judíos empeñados en escribir como conclusión a sus trabajos un ‘y la Biblia tenía razón’. Así, desde la creación de Israel «la arqueología bíblica se convirtió en una obsesión, sólidamente institucionalizada como piedra angular de la religión cívica de Israel”, comenta Masalha.

Como muchos movimientos nacionalistas, el judío necesitaba encontrar “raíces históricas” y reinterpretar el pasado remoto a la luz de la nueva ideología, de manera similar a como los creyentes religiosos reinterpretan sus escritos sagrados. Era la ascendencia común y no la ciudadanía, independiente de la etnia o la religión profesada, lo que determinaba el carácter nacional del estado, explicaba en 1958 en la revista Menorah Journal el historiador judío y experto en nacionalismo Hans Kohn. Según el sociólogo israelí Baruch Kimmerling, la creación de una nueva conciencia colectiva judía se basó en el trabajo de dos destacados historiadores judíos: Heinrich Graetz, crítico bíblico alemán de finales del siglo XIX, y el ruso Simon Dubnob, a caballo entre el XIX y el XX. Ambos utilizaron fuentes y textos judíos religiosos, entre otros, para defender que pertenecían a una antigua nación que existía desde tiempos inmemoriales. Esta peculiar secularización de la Biblia y sacralización de la etnia y la tierra pasó por convertir la lengua santa, el hebreo, en una lengua moderna, y usar la Biblia, en particular los libros de Josué, Isaías y Amós, como base ideológica. “El primero ofrecía la dimensión militarista y viril de la conquista de la tierra, mientras que los dos últimos predicaban la justicia social y la igualdad”, señala Kimmerling. “En Israel convertir en historia la Biblia es una empresa nacional que realizan cientos de estudiosos de todas las universidades… El ministro de Defensa israelí ha publicado incluso una cronología completa de acontecimientos bíblicos, dando fechas exactas de la creación del mundo”, escribía en 1992 Benjamin Beit-Hallahmi, de la Universidad de Haifa.

Si se puede desacralizar la religión, también se puede sacralizar una ideología política. Esto es la que ha pasado en Corea del Norte, donde la doctrina oficial de este país comunista es el Juche. No es de extrañar, ya que muchos especialistas consideran el marxismo como una religión. Entre sus peculiaridades tenemos una devoción absoluta a lo militar, el respeto y la defensa de la cultura tradicional, la exaltación de los símbolos nacionales y, cómo no, el voluntarismo. Se dice que Kim Il Sung, jefe del Estado de Corea desde 1948 hasta su muerte en 1994 y creador del Juche, recibió su fuente de inspiración del monte Baekdu -en la frontera con China-, cumbre ancestral y símbolo para los coreanos. Podría decirse que el aparato de propaganda ha elevado a los atares del comunismo coreano a Sung: es el Presidente Eterno, los ciudadanos le llaman el Gran Líder y el día de su nacimiento y el de su muerte son fiestas nacionales. Incluso la niñez del nuevo presidente, hijo de Sung, Kim Jong Il se ha cuasidivinizado. Según la biografía oficial, Jong nació y pasó su niñez en una modesta cabaña -hoy convertida en santuario del Juche- en el bosque que rodea al monte Baedku. Su nacimiento en 1942 fue presagiado por una golondrina y señalado con la aparición de una nueva estrella en el cielo y un doble arco iris sobre la montaña. Pura leyenda, pues los archivos soviéticos muestran que realmente nació en el pequeño pueblo pesquero de Vyatskoye, cerca de la ciudad de Jabarovsk -la segunda más grande del extremo oriente ruso y a 30 kilómetros de la frontera china. Esta religión-política atea tiene su propio calendario, cuyo año 1 es nuestro 1912, el del nacimiento de su creador.

El caso de Corea no es único. El historiador de mediados del siglo XX Carlton J. H. Hayes argumentaba que el nacionalismo occidental nació a la sombra del cristianismo adaptando muchas de sus características. Para Hayes era claro que existía una religión política en EE UU. El geógrafo de la Universidad del Estado de Minnesota Wilbur Zelinsky ha hecho notar que, por ejemplo, la bandera americana tiene el poder visual y la presencia del crucifijo medieval, siempre omnipresente. La bandera se trata con una devoción y deferencia que la convierte en el objeto sagrado de la religión del patriotismo. «Saber que la bandera está puesta incluso en la Luna es con toda seguridad la más grande conquista de la religión civil americana», comentaba Elisabeth Peter en el seminario organizado por el Centro Estudios sobre las Nuevas Religiones, celebrado en Turín en 1992.

Lo que nos encontramos aquí es lo que los expertos llaman una religión civil, de la que el ilustrado francés Rousseau delineó sus dogmas en El contrato social: la existencia de Dios, la vida venidera, la recompensa de la virtud y el castigo del vicio, y la exclusión de la intolerancia religiosa. Es en el caso de EE UU donde más se ha estudiado este fenómeno. Así, todos los presidentes sin excepción, desde el católico Kennedy hasta la casi desconocida Iglesia Trinitaria Unida de Cristo de Barack Obama –una religión que hunde sus raíces en el puritanismo-, han aludido a Dios en sus discursos. Algo llamativo para una sociedad donde se supone que existe una separación Iglesia y Estado garantizada por la primera enmienda de su Constitución. Pero eso funciona para organizaciones religiosas, no para un Dios sin adscripción a un credo determinado. El famoso In God we trust es uno de sus lemas nacionales, elegido por el Congreso en 1956. De hecho, existe la creencia bastante cínica de que un presidente debe mencionar a Dios si no quiere perder votos.

También tiene sus lugares sagrados, como el Cementerio Nacional de Gettysburg, al que dedicó Lincoln su famoso discurso, o el Cementerio Nacional de Arlington, el monumento más importante de la religión civil estadounidense. Por su parte la tumba al soldado desconocido, que surge al terminar la I Guerra Mundial, es otro de los grandes símbolos de la religión nacionalista. Evidentemente también tiene sus días sagrados como El Memorial Day, el último lunes de mayo, que celebra a los caídos desde la Guerra de Secesión. “Es un gran evento donde toda la comunidad se involucra en un recuerdo emocionado a los mártires, al espíritu de sacrificio y a la forma de ver el mundo americana”, decía el psicólogo Robert N. Bellah en su artículo fundamental sobre el tema de 1967 en el Journal of the American Academy of Arts and Sciences. Algo de menos carga religiosa tiene el 4 de julio, el día del veterano, y los nacimientos de Washington y Lincoln, «que ofrecen el calendario ritual anual de la religión civil, donde las escuelas públicas sirven para afianzar su celebración». Detrás de la religión civil estadounidense se descubren arquetipos bíblicos: el Éxodo, el pueblo elegido, la tierra prometida, la nueva Jerusalén, la muerte vicaria y el renacimiento. Fueron los rasgos puritanos y calvinistas de los Padres Peregrinos los que instauraron un tipo de «piedad civil», que ha convertido a los Estados Unidos en una especie de «nuevo Israel», un pueblo elegido, cuyo destino está guiado por una no muy bien definida providencia. «En nombre de esta religión civil, el norteamericano se dirige muy frecuentemente a Dios, incluso en un contexto profano», añade Bellah.

Se trata de un culto en toda regla: tiene sus profetas y mártires, sus eventos y lugares sagrados, sus rituales y sus símbolos. Todos los norteamericanos saben que la suya es una sociedad «todo lo perfecta que los hombres pueden construir de acuerdo a los deseos de Dios, y una luz para todas las naciones”, termina Bellah. Con más o menos intensidad la religión civil se percibe en todos los pueblos, ya sea en forma de nacionalismo o patriotismo. Solo hace falta recordar el culto público a la Constitución o el canto devoto a la democracia y la voluntad popular cada vez que se celebran elecciones. ¿Qué decir de la polémica asignatura de Educación para la Ciudadanía, uno de cuyos objetivos es educar buenos ciudadanos? ¿no es la versión atea del conjunto de normas morales que cualquier Dios revela a sus fieles?

(Publicado en Muy Interesante)

Un comentario Agrega el tuyo

  1. fiyu dice:

    Fantástico post, como siempre, felicidades.

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