Luz y cáncer de mama

A finales de 1987 el epidemiólogo Richard G. Stevens escribió una carta a Walter Willet de la Facultad de Medicina de Harvard. Sugería que podía haber un factor de riesgo del cáncer de mama que no se había tenido en cuenta. Willet se lo tomó en serio y se puso a estudiar esa posibilidad. Años después los resultados dieron la razón a Stevens.

Lo que este investigador, entonces en los Pacific Northwest Laboratories y hoy en la Universidad de Connecticut, había postulado es que la luz artificial aumenta la probabilidad de desarrollar cáncer de mama y Willet encontró una mayor incidencia de este cáncer en mujeres que trabajaban de noche. El 10 de agosto de 2006 el Journal of Carcinogenesis publicaba una revisión de toda la literatura científica sobre el tema y concluía que, a falta de estudios más precisos, existen indicios serios de una conexión causal entre los niveles de melatonina y el cáncer de mama. Ésta es la “hipótesis de la melatonina” de Stevens.

Esta hormona se forma en la glándula pineal y se vierte a la sangre, donde la concentración va en aumento tras el atardecer llegando a su máximo a medianoche. Como la glándula pineal responde a las señales transmitidas por los nervios ópticos, que la luz incida en el ojo por la noche anula la producción de esta hormona.

Por otro lado, otros estudios apuntan a una correlación entre bajos niveles de melatonina y mayor riesgo de cáncer de mama. La hipótesis de Stevens es, por tanto, que la luz nocturna impide la creación de melatonina y eso hace más probable desarrollar un cáncer de mama. Todo apunta hacia ahí. Un estudio finlandés encontró que las mujeres que dormían menos de 9 horas eran más proclives a este cáncer. Pero la cuestión no es el hecho de dormir, sino de estar a oscuras. Es más. Según otros trabajos, el riesgo de tener cáncer de mama es un 50% mayor entre mujeres que trabajan en turnos de noche.