Oler las palabras

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Hay personas que tienen un don: la palabra miércoles puede ser verde o la nota sol del piano puede tener un olor almizclero. Lo sorprendente no es que la palabra miércoles o el sonido del piano rememoren esas sensaciones. Nada de eso. Realmente lo perciben así.

Esto lo ha demostrado Edward M. Hubbard, de la Universidad de California usando imágenes del cerebro tomadas mediante resonancia magnética: cuando ven letras y colores se activa la región del cerebro dedicada a la percepción del color. Este entrelazamiento de los sentidos recibe el nombre de sinestesia, cuya forma más común es ver u oír palabras en color. Y no es una forma anormal de percepción: entre 1 de cada 200 y 1 de cada 2.000 personas la sufren. O la disfrutan.

Algunos estudios apuntan a que es una condición que afecta más a mujeres que a hombres y que hay más zurdos sinestésicos que diestros, pero de esto no estamos muy seguros. Lo curioso es que muchos sinestésicos pueden serlo sin darse cuenta. No son conscientes de que perciben el mundo de forma diferente al resto, aunque ¿sabemos cómo ven los colores otras personas? De lo único que podemos estar seguros es de cómo los vemos nosotros. Una mujer sinestésica describía así su experiencia: «Si pienso en la palabra hierba, sé que lo que llamo hierba es verde, pero la palabra hierba es púrpura porque empieza por h y la letra h es de color púrpura para mí».

Bien pensado, es una anormalidad molona. Sigues escuchando o leyendo como todos, pero tienes un plus. Los sonidos te inducen una vívida experiencia de color, gusto u olor, como si tuvieras un caleidoscopio en el cerebro. Lo que supondría un tremendo problema es que el nombre de tu pareja indujera un olor nauseabundo: «¿Por qué me dejas?» «Porque me produces una sensación de olor repulsivo». A ver quién es el guapo que es sincero.

6 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Luis Muiño dice:

    Bueno, no sé si los que no somos sinestésicos somos mucho más racionales. Dejamos y nos dejan por razones igual de peregrinas relacionadas con las palabras. Si hablas mucho de amor, es más fácil que se queden contigo. Si hablas mucho de libertad, es más fácil que te voten. Pero, sin embargo, si hablas mucho de dinero, es más fácil que te echen del curro. En realidad, aunque no seamos sinestésicos, amor y libertad huelen bien…y dinero fatal.

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    1. Patricia Mariscal Abud dice:

      Hola me llamo Patricia Mariscal y vivo en México, veo la música con colores, me gustaría contactar algún club de personas con esta característica.

      Saludos

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  2. lola fuentes dice:

    Por tanto la percepción la realidad no es única. Pero cómo dice el artículo, ¿sabemos como la perciben los demás?. Posiblemente el lenguaje es decisivo, es decir, un sinéstico, expresa su asociación de color y olor, habla en código lingüistico diferente al establecido por los demás, por lo pensamos que nuestra percepción es idéntica.

    Según un estudio, estos utilizan las conexiones que todos tenemos en el cerebro.

    Si el código lingüistco, es el que establece el diálogo sobre las percepciones y agrupa socialmente. El sinéstico se sentirá aislado y solo, no obtendrá el beneficio de esa realidad «peculiar».

    ¿Cuántas veces nos hemos preguntado si el color verde, por ejemplo de la pizarra, lo vemos de igual manera que los demás?.

    De una manera u otra estamos en el «mundo de la percepción», sometida a la subjetividad.

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  3. lola fuentes dice:

    Disculpas por el error, era la primera vez que oía la palabra es «SINESTÉSICO».
    Ya me he enterado hasta de su etimología.

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  4. Eso último lo viví. No sucedió desde el principio. Tenía 19 años y él era un hombre casado, además la perpetua migraña (tres meses duró) un día se entusiasmó con mi clítoris pero como si fuera un ratón. Ese día percibí el olor de esos champús que matan los piojos (curioso, por cierto, que las ladillas tengan evolutivamente más que ver con los piojos de los gorilas que con los nuestros propios de especie) y ya siempre que veía al tipo, incluso de lejos, el desagradable olor del matapiojos me inundaba por dentro. Y las rosas que me envió a casa cuando lo dejé no lo mejoraron.

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